¡Por fin! Llegamos a la madre del cordero en esto de la fotografía digital; ha sido un largo periplo desde los principios más elementales hasta llegar aquí, así que espero que lo que queda del viaje merezca la pena. De ahora en adelante nos centraremos en el proceloso mundo del píxel, con todas sus luces y sombras. Tomaos esto en todos los sentidos de la expresión. Por cierto, habréis advertido que el título de este artículo supone la primera entrega sobre revelado digital, con el número uno; que no os confunda la nomenclatura que he empleado para facilitar la búsqueda en la web de esta parte de la serie; seguimos de lleno en la fase de postproducción.

Gramática de la fotografía: verso y prosa

Voy a retomar la metáfora que empleé en capítulos anteriores para que sirva de hilo conductor a esta parte de FLAC: mi tesis es que, como toda forma de expresión humana, la fotografía está sujeta a unas reglas que, de manera general, podemos denominar como «gramática». Cuando hablaba de la composición esta idea venía bastante a cuento porque, en definitiva, lo que hacemos cuando componemos una escena en nuestro visor es tratar de introducir un orden estructurado entre diversos elementos con el propósito de transmitir un mensaje. Si este orden estructurado forma parte de un bagaje común conocido por una comunidad, entonces podemos hablar con propiedad de un lenguaje interno propio de ese tipo de expresión que hemos generado. Y si ese lenguaje común está sujeto a reglas que implican la interacción de diversos elementos de manera ordenada y predecible, tenemos lo más cercano a una gramática fuera de la del lenguaje humano propiamente dicho. Creo que a lo largo de las entradas dedicadas a la composición he demostrado que, efectivamente, esa organización existe, y que además es bastante rica. Pues bien, el revelado de fotografía entra de lleno en este juego metafórico (o no tan metafórico); una vez que tenemos un mensaje compuesto, existen dos maneras de emitirlo: la meramente utilitaria, en la que el contenido del mensaje ocupa todo el interés por parte del emisor y el receptor, es la primera. La segunda, que es la que más me interesa en este punto, equilibra ambos elementos o incluso da primacía al mensaje en tanto objeto sobre el contenido de este. En estos casos es cuando nos solemos encontrar con mensajes de tipo artístico, donde la belleza, las formas y la aplicación de normas estilísticas (tropos) cobra una relevancia especial.

Sin embargo, es importante señalar que estas dos facetas del carácter de un mensaje no están aisladas, ni mucho menos. Por un lado, ambos tipos de mensajes comparten una misma gramática, y por lo tanto juegan con las mismas reglas. Lo único que en este sentido les puede separar es que a los mensajes de tipo «utilitario» no se les exige un valor estético que los mensajes de tipo artístico sí tienen. Pero ambos son construidos a partir de unas reglas técnicas comunes.

Por cierto, cuando me refiero a mensajes de tipo artístico no me estoy refiriendo solamente al Arte con mayúsculas. Emitimos mensajes «artísticos» constantemente, cuando hacemos un juego de palabras, cuando usamos la ironía, cuando contamos un chiste o una anécdota. En estos y otros muchos casos estamos utilizando nuestro lenguaje con un doble propósito: no solo transmitimos un mensaje, sino que además le estamos diciendo al receptor algo así como «mira qué bien transmito, admírame por ello». Nos encontramos por tanto con una pulsión eminentemente humana que afecta a toda la comunidad, y no solo al grupo de los denominados «artistas», que además juegan con otras reglas más complejas.

La fotografía entra de lleno en estos parámetros antropológicos que he definido. Como toda expresión humana, se puede realizar de maneras diferentes, con pretensiones diferentes. No es lo mismo un selfi tomado en una fiesta con tu teléfono móvil que un retrato de estudio; no es lo mismo la fotografía de un periodista en una situación bélica que un plácido paisaje al amanecer; y no tiene nada que ver la instantánea de un delantero rematando de chilena con la concienzuda preparación de un actor y toda una parafernalia decorativa con el fin de componer una escena de corte surrealista. Y, sin embargo, todo ello es fotografía.

En los capítulos que sucederán a este voy a describir algunas de las reglas básicas de revelado que nos van a servir de ayuda para mejorar el aspecto de nuestras imágenes con arreglo a criterios coherentes. Como de costumbre, lo mejor es partir de una definición, sobre la que construir nuestro sistema de trabajo. En cuanto al revelado, propongo la siguiente:

Revelar un fichero de imagen digital consiste en modificar los valores matemáticos de los píxeles que lo constituyen, con el fin de mejorar sus características visuales, y ofrecer de la manera más eficaz posible la interpretación que el autor ha hecho de la propia imagen.

Esta definición es aparentemente aburrida como ella sola. Sin embargo, encierra un concepto fundamental para comprender en qué consiste esto del revelado: los ficheros fotográficos, como conjunto de píxeles que son, están gobernados por leyes matemáticas, y los programas de revelado no son más que interfaces «humanas» que nos dan acceso a la manipulación numérica de sus valores. Por suerte para la mayoría de nosotros, los programas están diseñados de forma tal que sortean la necesidad de que sepamos de ciencias puras para poder revelar nuestras imágenes. Sin embargo, detrás de cada operación que hacemos en nuestro laboratorio de revelado digital hay una operación matemática, y puede ser muy conveniente tener al menos una noción de qué hacemos en cada momento desde un punto de vista numérico. Sé que esto que acabo de decir suena esotérico, pero si habéis llegado hasta aquí ya estaréis acostumbrados a que cuente cosas que se van a ir aclarando poco a poco. Así que tened fe. Y seguid leyendo.

Otra cosa que hay que tener en cuenta es que los programas que utilizamos comúnmente para revelar imágenes ponen a nuestra disposición una cantidad abrumadora de opciones, en especial algunos de los programas que pueblan nuestros dominios linuxeros. Esto me obliga a complementar nuestra definición anterior con una máxima que (en mi opinión) debe gobernar todo el proceso de revelado:

Un buen revelado es aquel que soluciona problemas de la toma, mejora la exposición y valores cromáticos si es necesario, y además ayuda a transmitir mejor el mensaje del autor de acuerdo a la planificación inicial de la fotografía.

Tener esto en cuenta es relevante para lidiar con las opciones que ponen a nuestra disposición los programas. Conviene conocer las herramientas que tenemos a nuestra disposición, qué ventajas y desventajas tienen, y para qué podemos utilizarlas en un momento dado. Pero tenemos que tener en cuenta también que no todas las fotografías son iguales, de manera que no siempre tendremos que usar las mismas herramientas con todas ellas. A veces podemos utilizar un subconjunto de las mismas, poniendo o quitando según nos convenga. Esto es lo que denomino «trazar una estrategia de revelado»: elegir qué herramientas vamos a usar para según qué fines.

En este sentido, enfrentarse a una interfaz pobladísima de botones y deslizadores debería despertar en el fotógrafo primerizo una sensación de excitación en lugar del habitual sentimiento de desamparo y desorientación: lo que tenemos delante son posibilidades, muchas posibilidades. Solo nos queda tirar de paciencia y dedicarle algo de estudio al asunto. Pero siempre es mejor tener una interfaz abigarrada que una con un solo botón que diga «embellecer automáticamente», si me permitís las reducción al absurdo… estoy seguro de que sabéis a qué tipo de programas me estoy refiriendo…

¿Y cómo casa esto último que suena tan técnico con lo que dije más arriba, que suena tan filosófico? La respuesta es sencilla: el revelado es un juego en el que se equilibran los dos factores, el técnico y el artístico, con el fin de conseguir un resultado óptimo. Es difícil conseguir un resultado artísticamente hermoso si no tenemos mínimos conocimientos técnicos, y a la inversa los conocimientos técnicos son insuficientes para revelar una fotografía si no los acompañamos de ciertas nociones artísticas. Al fin y al cabo, estamos componiendo un mensaje, que tiene que ser al mismo tiempo «legible» y «bonito».

Con estos mimbres ya tenemos un punto de partida sobre el que empezar a trabajar. Algunas salvedades previas deben de ser puestas de manifiesto, empero: En primer lugar, no voy a dar ninguna receta mágica sobre el buen revelado. Tal pretensión me parece absurda y un intento de menoscabar el potencial artístico de la fotografía; no hay, por mucho que algunos se empeñen, una forma única, universal o mágica de revelar imágenes, como no puede haber una sola forma de escribir bien un poema o de diseñar un edificio. Lo que sí hay son muchas maneras diferentes de hacer las cosas, que se entienden como herramientas a disposición del artista, y que este usa según su conveniencia. El verdadero arte, en este sentido, consiste en saber elegir las herramientas, y usarlas convenientemente. De esta forma, podéis esperar que, a lo largo de los próximos artículos, os ofrezca diferentes procedimientos y alternativas para conseguir resultados distintos. Esto, por lo tanto, no va a ser un «manual de instrucciones», porque tal manual no existe, ni existirá. Por suerte para todos.

En segundo lugar, el software; ya os podéis imaginar que, cómo no, voy a hacer uso de Darktable para el menester del revelado, por razones que ya expuse con anterioridad y que no voy a reiterar. De todas maneras, sí que quiero repetir con vehemencia que con otros programas del mundillo del software libre, o combinaciones de ellos, se pueden obtener resultados muy similares, si no mejores. Podéis, cómo no, hacer vuestros propios experimentos con los programas que prefiráis, ver si se consiguen también los objetivos con ellos, y si tenéis alguna sugerencia, no dudéis en comunicármela. Sea como fuere, mi querido Darktable toma aquí, más que nunca, entero protagonismo.

Hacia un flujo de trabajo en revelado digital

Con todos estos elementos sobre la mesa podemos empezar a organizar las ideas. El problema con el que me enfrento en este momento es el de organizarlas bien. Me explico: para estructurar las herramientas y procedimientos que derivan de ellas con las que contamos, podemos tener diversas perspectivas.  A modo de ejemplo, la siguiente: Partiendo de la premisa anterior, podemos dividir las tareas de revelado digital en dos grandes grupos:

  1. Trabajos técnicos
  2. Trabajos artísticos

Por «trabajos técnicos» podemos entender todas aquellas tareas que ayudan a corregir defectos de la toma, eliminar desperfectos o añadir características a la fotografía con el fin de obtener una imagen de calidad superior a la inicial. Dentro de este apartado entran trabajos como el enderezado, recorte, corrección de aberraciones, enfoque, etc.  La lista más o menos completa sería la siguiente:

  • Demosaico
  • Definición del punto negro y del punto blanco
  • Balance de blancos
  • Recorte
  • Enderezado
  • Corrección de aberraciones cromáticas
  • Eliminación de distorsiones de lente
  • Eliminación de viñeteado
  • Eliminación de manchas
  • Eliminación de píxeles quemados
  • Reducción de ruido
  • Enfoque

Todos estos procesos tienen en común el hecho de que la mejora que introducen en la imagen puede considerarse objetiva, y en la mayoría de los casos son partes fundamentales del proceso de revelado, tenga este el propósito que tenga, siempre que se desee obtener un resultado de máxima calidad.

Por «trabajos artísticos» entendemos todos aquellos trabajos que conducen a un resultado considerado «bueno» o «bello» por parte del fotógrafo. Los cambios en la saturación, brillo o contraste, el revelado por zonas, efectos complejos como el proceso cruzado, por ejemplo, forman parte de este conjunto. A diferencia del anterior, estas operaciones introducen modificaciones de valor subjetivo. Este es el listado aproximado:

  • Equilibrio de color o tono
  • Contraste y medios tonos
  • Microcontraste
  • Efectos especiales: procesos cruzados, viñeteados artísticos, etc.
  • Bordes

Sin embargo, esta división no me parece útil del todo, por varias razones. En primer lugar, las fronteras entre un grupo y otro pueden ser difusas. El viñeteado, sin ir más lejos, puede ser indistintamente un efecto indeseable o buscado por el artista. y la modificación de valores de saturación o luminosidad puede usarse con pretensiones simbólico-artísticas o con ánimo de corrección y fidelidad al original. Los revelados de tipo realista, que buscan unas condiciones lumínicas y de balance de blancos idénticas a las del momento de la toma, Toman elementos de ambas categorías, igualmente. No obstante, iremos viendo cómo algunas tareas entran de lleno generalmente en uno u otro grupo, o pueden utilizarse de formas creativas independientemente de su propósito inicial.

Todo esto me sirve para ilustrar lo complejo del proceso ante el que nos encontramos. Tenemos delante un montón de operaciones diferentes, cada una con miles de parámetros posibles, y que además pueden combinarse entre si generando infinitas combinaciones. Y eso es bueno, muy bueno. Eso significa que el revelado digital está constituido por una serie de toma de decisiones, y cuando hablamos de obras artísticas, cuantas más decisiones autónomas podamos tomar, mejor. El problema es establecer un método. Y a eso vamos a ponernos ahora mismo.

Pero antes, voy a hacer la primera gran clasificación de tareas de revelado que sí me parece útil y operativa, y está ligada decididamente a nuestra definición de partida; en fotografía digital trabajaremos siempre a dos niveles diferentes: el nivel global y el nivel local. Yendo por orden, los elementos que serán objeto de nuestras tareas de revelado son, simplemente, los píxeles, como he dicho antes. Si trabajamos sobre todos los píxeles de una imagen estaremos trabajando a nivel global.

Lo interesante de este nivel global es que no discrimina entre los diferentes píxeles, de forma que es el nivel al que atendemos cuando trabajamos sobre la fotografía en su conjunto, es decir, todas las operaciones que afectan a la imagen globalmente. Para ilustrar este nivel, puedo dar un par de ejemplos: actuamos a nivel global cuando eliminamos píxeles quemados, pero también cuando alteramos la saturación de toda la imagen. En el primer caso, intentamos eliminar píxeles defectuosos cambiándolos por otros que sí «funcionan», mientras que en el segundo caso operamos sobre el 100% de los píxeles de la imagen, con una sola modificación. En el caso de los píxeles calientes considero que esta es una operación global porque aunque la corrección se efectúa píxeles individuales, el resultado de la misma afecta a toda la imagen en su conjunto sin tener en cuenta la posición de los píxeles afectados. En general, muchas de las correcciones más técnicas de la imagen corresponden con este nivel de operación, y en algunas ocasiones una serie de modificaciones globales pueden ser más que suficientes para conseguir un revelado óptimo. De nuevo nos encontramos con el hecho de que prácticamente cualquier tarea que llevemos a cabo en el revelado tiene esta doble vertiente técnica y artística.

No obstante, en muchas otras ocasiones el fotógrafo pretenderá poner de manifiesto algunos de los elementos individuales de los que consta la imagen. Son aquellos elementos constructivos de los que hablaba en los capítulos correspondientes a la composición, que pueden adquirir más o menos protagonismo en función del procesado que les demos. En este sentido, el revelado se realiza a otro nivel diferente: los píxeles dejan de tener el mismo valor uniforme, pues ahora son subconjuntos de los mismos (constituyendo «objetos» en el sentido compositivo) los que toman relevancia. En este nivel estaríamos trabajando a nivel local.

Ejemplo de revelado simple. En la parte inferior, la imagen original sin modificaciones. En la parte superior, el revelado con un mínimo de operaciones globales. La mejora es muy notable.

Pues bien, tomemos el nivel de operación que tomemos, las modificaciones que podemos hacer sobre los píxeles implicados son bastante reducidas. En realidad, ya las conocéis, pues los píxeles en una imagen solo presentan información tonal, de la que, como mucho, pueden extraerse los siguientes valores:

  • Luminosidad
  • Tono
  • Saturación

Sé que esto parece una vuelta atrás a una de las primeras entradas de FLAC, pero es conveniente recordar que las operaciones que podemos realizar están bastante limitadas por el material de trabajo con el que contamos. Es cierto que, en función de diversos factores, podemos introducir algunos matices en estos tres elementos. Esto afecta principalmente a la luminosidad, que podemos alterar de diversas maneras afectando al contraste o al detalle de la imagen, como veremos más adelante. Sea como fuere, este es nuestro punto de partida material: debemos tener en cuenta que todas las herramientas de software que tenemos a nuestra disposición están diseñadas para afectar a los píxeles de nuestras imágenes de «solo» tres maneras diferentes.

A esto que acabo de señalar tengo que hacerle una salvedad: además de alterar los píxeles modificando sus valores, también podemos sustituirlos por otros o eliminarlos. Estas son tareas que suelen corresponder con tareas más técnicas: en un recorte de imagen, por ejemplo, hay un montón de píxeles que se verán afectados, pero no en sus valores matemáticos: simplemente los vamos a eliminar de la imagen. Lo mismo se puede aplicar al enderezado  o la corrección de distorsiones de lente, donde los píxeles cambiarán de posición.

De momento esto es todo; en la siguiente entrega desgranaré los diferentes pasos de nuestro flujo de trabajo, usando como premisas los elementos que he desplegado en este capítulo.

Nota: Todas las imágenes, si no se indica lo contrario, son obra del autor de este artículo y se pueden usar libremente, citando la fuente. La imagen que encabeza este artículo es obra de andreas160578, aparece en Pixabay y cuenta con licencia CC0 Dominio Público.

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