No es ningún secreto para nadie: KDE y su última implementación, Plasma 5, son mi suite de aplicaciones y escritorio preferidos desde hace bastante tiempo. Me inicié en GNU/Linux con el Gnome 2 que traía Ubuntu Feisty Fawn, pero rápidamente di el salto a ese océano desconocido, lleno de extrañas palabrejas con la letra K en ellas, llamado Kubuntu. Idas y venidas, distros y más distros, hasta acabar atrapado por la magia de Chakra y su único entorno. Por más que he intentado cambiar este hecho en sucesivos ataques de distro hopping no he logrado acomodarme a ningún otro salvo a Cinnamon, aunque echando en falta diversas características casi exclusivas de Plasma. También ocurre a la inversa, esto es, que creo que KDE adolece de algunas cosillas, pero en la balanza pesa más, por mucho, lo positivo que lo negativo.